Amazonía Peruana, Volumen XVIII, N.º 35, 2022; pp. 135-148


contra El pEnsaMiEnto linEar: Ecología y civilización En la aMazonía pEruana

Mauricio Zavaleta

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University of Pittsburgh mauriciozavaleta@gmail.com https://orcid.org/0000-0001-9699-9207


Resumen

La Amazonía ha sido un espacio central en la imaginación de los tró- picos. Aunque estas ideas han variado en los últimos 250 años, la narrativa dominante concibió a la Amazonía (de manera específica) y a los trópicos (de manera general) como espacios de naturaleza prístina carentes de civilización. En el presente ensayo se presenta una revisión de hallazgos que cuestionan estos preceptos. Nuevas investigaciones han encontrado evidencia de que las estructuras del bosque amazónico fueron modificadas hace milenios por acción de grupos sociales que han mostrado una amplia variación en formas de organización a lo largo del tiempo. Estas ponen en cuestión la narrativa lineal de la historia de humanidad, y son un buen ejemplo del desarrollo de institucionales alternativas (y más igualitarias) con respecto a las de las sociedades agrícolas estratificadas. El ensayo propone que entender esta forma de vinculación con el mundo natural, así como comprender la varia-


ción en instituciones políticas aún conservadas por los pueblos indígenas contemporáneos, son esenciales para afrontar los problemas derivados del Antropoceno.

Palabras clave: Antropoceno; civilización; ecología; pueblos indígenas.


Abstract

The Amazon has been central in the conceptualization of the tropics. Although this imagery has varied over the last 250 years, the dominant narrative conceived the Amazon (specifically) and the tropics (generally) as places of pristine nature devoid of civilization. The essay presents findings that question that idea. Research has found evidence that the structures of the Amazonian Forest were modified millennia ago by anthropogenic inter- vention and that Amazonian societies had shown a wide variation in political complexity and scale during the last 2500 years. It argues that understanding the ecological effects of traditional societies in forest reproduction and the egalitarian institutions still preserved by contemporary indigenous peoples is essential to facing the problems of the Anthropocene.

Keywords: Anthropocene; civilization; ecology; indigenous peoples.


Introducción

Desde finales del siglo XVIII los trópicos fueron imaginados desde Europa como un espacio diametralmente diferente de las zonas templadas que hoy llamaríamos el Norte Global. Pasajes diversos fueron representados de manera cuasi homogénea como lugares de “naturaleza total” (Stepan, 2006) donde “el poder de la naturaleza dominaba en la existencia humana y, en buena medida, determinaba sus características y cualidades” (Arnold, 2000: 9).

La Amazonía fue central para la construcción de este imaginario, el cual ha cobrado diferentes formas con el paso de los siglos, desde las narrativas idílicas de jardines sin tiempo hasta el infierno verde. Sin embargo, a pesar de su variabilidad, dos aspectos intrínsecamente relacionados han sido parte de su estructura esencial: a) la idea de una naturaleza prístina y, por lo ge- neral, indomable, así como b) la ausencia de historia y, consecuentemente, de desarrollo civilizatorio. Selvas ubérrimas pobladas por animales salvajes y humanos primitivos. En 1943, haciendo eco de estas narrativas, Raúl Porras


Barrenechea se refería a la Amazonía peruana como una “tierra sin geografía y sin historia estables […] donde la huella del hombre desaparece ahogada por la maleza” (Porras Barrenechea, 1961: 25).

En el presente ensayo busco discutir, de manera breve, investigaciones que desmienten ambos preceptos. Para muchos lectores esto podría ser visto como un ejercicio innecesario, pues estas ideas han sido largamente refutadas. Sin embargo, estos estereotipos persisten de diferente forma en el debate público y el imaginario nacional, por lo que es importante difundir evidencia que contrarreste esta narrativa. En segundo lugar, en las últimas décadas han sido publicadas investigaciones que nos ayudan a entender mejor el espacio amazónico y la vinculación entre ecología y sociedades tradicionales. Por lo general, la producción académica en las ciencias naturales y las ciencias so- ciales tienen pocos canales de comunicación, y sus hallazgos son presentados en circuitos diferentes. En este espacio, aunque de manera muy limitada, he intentado ponerlas en diálogo. Finalmente, el texto se vincula con una literatura reciente sobre el Antropoceno y las lecciones que podemos extraer de las sociedades tradicionales de la Amazonía para garantizar la continuidad de los ecosistemas amazónicos.


Bosques prístinos

La relación entre nuestra especie y el “mundo natural” requiere de parámetros temporales más extensos que la “larga duración” histórica. La humanidad ha transformado los ecosistemas del planeta al menos desde finales del pleistoceno (15 mil años antes del presente). El uso del fuego, el manejo de los bosques y la posterior domesticación de plantas y animales reconfiguraron el paisaje terrestre (Scott, 2017; Graeber, y Wengrow, 2021). Por supuesto, la Amazonía no ha sido la excepción a este proceso; de hecho, constituye uno de los espacios donde la domesticación de las plantas se de- sarrolló de forma independiente, con características distintas a otros centros de domesticación del planeta (Clement et al., 2015; Neves y Heckenberger, 2019). De acuerdo con análisis estratigráficos y restos paleológicos, desde su llegada a la región, los antiguos amazónicos priorizaron el desarrollo de especies vegetales (sobre todo arbóreas) que les eran de especial utilidad (Roosevelt, 2013). Se inició así un proceso de larga duración que, en los siguientes milenios, transformaría a los bosques prístinos del bioma ama- zónico en “bosques domesticados” (Levis et al., 2018).


De acuerdo con Levis y sus colaboradores (2018), el proceso de domes- ticación de los bosques es el resultado de la implementación de diferentes prácticas de manejo de los recursos forestales por parte de la población originaria.1 Si bien estas técnicas tenían como propósito lograr objetivos de corto plazo, como facilitar el surgimiento de una especie determinada o dispersarla a nuevas zonas, en el largo plazo, esta actividad humana modificó la estructura de los bosques. Un aspecto central de esta transformación es la hiperdominancia de especies consumidas por los humanos, como diferentes tipos de palmas y árboles de frutos (Roosevelt, 2013, Ter Steege et al., 2013; Levis et al. 2017). Paradójicamente, la abundancia de diferentes especies de árboles de goma -la materia prima de la economía que causaría estragos en las sociedades indígenas entre los siglos XIX y XX- fue el resultado del

manejo agroforestal de los pueblos originarios durante milenios (Neves y Heckenberger, 2019). Industrias forestales modernas, como la extracción de castaña, son posibles gracias a ello.

Estos descubrimientos tienen múltiples implicancias para nuestro en- tendimiento de la Amazonía. En primer lugar, nos permite comprender que

-sumado a condiciones naturales específicas- la diversidad de prácticas de manejo de los recursos, adoptadas por diferentes sociedades durante distintos periodos de tiempo, ha determinado la variación que existe en la composición forestal de la Amazonía (Levis et al., 2018). Esto quiere decir que la diversidad cultural de la región ha tenido un impacto directo en su diversidad ecológica. De hecho, siguiendo una interpretación similar, Neves y Heckenberger enfatizan la importancia para los pueblos originarios de utilizar estrategias productivas que garanticen la diversidad y abundancia de los recursos biológicos. Para estos autores, esto sería una manifestación de la tendencia general de las culturas amazónicas por reproducir la diversidad en todos los aspectos de la vida (2019: 383).

Segundo, muestra que al explorar el mundo natural podemos encontrar claves esenciales para entender nuestra historia como especie. El análisis de la estructura de los bosques, su antigüedad y la movilidad de las especies que albergan pueden echar luz sobre la historia de los pueblos indígenas de la Amazonía y permitirnos reconocer sus saberes. En palabras de Carolina



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1 De acuerdo con Ter Steege et al. (2013) la Amazonía está dominada por 227 especies de árboles, las cuales representan el 50% del total de árboles del bioma amazónico, pero solo constituyen el 1.4% del total de especies, alrededor de 16 mil.


Levis, “la idea del árbol como vestigio arqueológico” al fin cobra sentido luego de siglos perdidos en busca de las murallas de la gran civilización amazónica.2 Ello nos ayuda a alejarnos de una forma de pensamiento lineal que ha tendido a caracterizar a los pueblos amazónicos como sociedades con conocimientos inferiores a las sociedades agrícolas.

Estos hallazgos se encuentran en contradicción con la imagen de un territorio prístino, primigenio, donde la acción humana ha sido insignifi- cante. Incluso discursos contemporáneos que abogan por la conservación de la Amazonía han hecho eco de este tipo de presunciones, asignando a las sociedades tradicionales un papel secundario como “guardianes del bosque”, cuando su función es de una relevancia mucho mayor: han sido “reproduc- toras” de los ecosistemas de la cuenca, y sin su agencia a través de milenios estos serían diferentes. En 1542, cuando la expedición de Orellana navegó por el río Amazonas, la Gran Amazonía era ya un paisaje antropogénico: un escenario previamente moldeado por la presencia humana.


Pueblos sin rey

Pierre Clastres apuntaba que desde el siglo XVI las sociedades indígenas de las Américas habían sido caracterizadas como pueblos sin fe y sin rey. Esta distinción era planteada en comparación con los reinos de Occidente, pero también respecto a las excepciones indígenas suramericanas. Los incas, el caso más excepcional, no contaban con fe (cristiana), pero si con un “rey” y un Estado, lo que los diferenciaba de los pueblos de la Amazonía y de la mayoría de las sociedades del continente. De acuerdo con el autor, la orga- nización política, antes que cualquier otro elemento, sería para Occidente el baremo de la condición histórica, el elemento que separa la civilización de la barbarie.3

Clastres apuntaba que esta forma de caracterizar a las sociedades indí- genas no solo está en función negativa (sin estado, sin historia, sin escritura) sino que representa una manera específica de narración histórica: como aquella del tránsito de las bandas de cazadores y recolectores a las socie-


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  1. Carolina Levis, The Grandmother Trees. New York Times 2/10/2020

  2. Por ejemplo, José de Acosta (1540-1600), en su clasificación de sociedades incivilizadas, encuentra en las Américas dos tipos de sociedades: las que se encuentran organizadas en reinos o cacicazgos, y las que no. Estas últimas eran clasificadas por el jesuita como las más distantes de la civilización (Surrallés, 2020).


    dades complejas, de la tribu al estado-nación. En este relato lineal sobre el progreso de la humanidad, los pueblos de la Amazonía son representados como sociedades primitivas, vestigios de una etapa anterior al inicio de la civilización. De acuerdo con esta narrativa, inspirada en el surgimiento de los primeros reinos agrícolas en Mesopotamia, Egipto, India, el Norte de China, Mesoamérica y los Andes, las sociedades complejas serían el resulta- do del desarrollo de la agricultura. Esta habría permitido el sedentarismo y posteriormente, la centralización administrativa y la emergencia de la cultura. Sin embargo, este relato no se ajusta a los verdaderos acontecimientos.

    La domesticación de las plantas y animales no derivó necesariamente en el desarrollo de la agricultura o su mantenimiento como fuente económica principal en la mayor parte del mundo, y existe abrumadora evidencia de que el sedentarismo de los grupos humanos antecede por milenios el desarrollo intensivo de los cultivos (Zeder 2011; Scott, 2017). En la Amazonía existe evidencia de domesticación de las especies del bosque hace 10 mil años y del desarrollo de la agricultura en fechas posteriores (Roosevelt, 2013; Fausto y Neves, 2018), pero esta, por lo general, tuvo un papel secundario. El manejo forestal de los recursos era una forma más eficiente de subsistencia (Neves y Heckenberger, 2019: 377).

    Incluso las sociedades ribereñas, que practicaron la agricultura de ma- nera intensiva al menos desde los 2500 años antes del presente, dependían fuertemente de los recursos del río, de manera similar a los cacicazgos del Titicaca de los recursos lacustres durante el intermedio temprano (Stani- sha y Levineb, 2011) o las primeras sociedades complejas de la costa de los recursos del litoral durante el precerámico (Sandweiss, 2009). Existe un creciente consenso académico de que, cuando la expedición de Orellana se adentró en el Amazonas, la región mostraba una amplia diversidad social y cultural, desde grandes poblaciones asentadas en las cuencas de los ríos Amazonas, Marañón, Napo, Ucayali, Bajo Urubamba y Madre de Dios hasta grupos menores ubicados en sus afluentes o dispersos en áreas interfluviales (Lathrap, 1970; Myers, 1974; Santos Granero, 1992; Román y Zarzar, 1983; Gray, 1997).4 De acuerdo con Woods, Denevan y Rebellato (2013), en las


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  3. Aunque existe un debate respecto a la fecha de emergencia de las sociedades complejas en la Amazonía, estas parecen remontarse al albor de cambio de era, en paralelo al surgimiento de los primeros núcleos urbanos en la costa norte del Perú. Al respecto, es preciso notar que, si bien se cuenta con considerable información histórica sobre los señoríos o curacazgos que encontraron los españoles mediados del siglo XVI, estos no han sido incorporados de manera consistente a la


    primeras décadas del siglo XVI la Gran Amazonía habría albergado entre 8 a 10 millones de personas.

    La conquista inició un proceso de trasformaciones dramáticas que invo- lucró la aparición de epidemias, el acelerado decrecimiento de la población y el colapso de las sociedades ribereñas. Los cacicazgos Omagua, Conibo y Piro -entre otras poblaciones sedentarias y de relativa complejidad política- fueron arrasadas por la pestilencia y sus habitantes abandonaron los cultivos en las riberas (Hornborg, 2005). De acuerdo con Myers, debido a los efectos de la colonización, en el lapso de un siglo, las grandes sociedades del Ucayali (posiblemente la zona de mayor concentración poblacional) se habían des- vanecido (1974:147). Como argumentó de manera pionera Pierre Clastres (1974), las sociedades indígenas que exploradores, empresarios, misioneros y representantes estatales encontraron a mediados del siglo XIX no eran vestigios primitivos de población que nunca había conocido la agricultura y el sedentarismo, sino, en parte, pueblos que abandonaron modos de vida más estables en respuesta a los intermitentes efectos de la colonización, la incursión de bandeirantes brasileños y el establecimiento de las misiones.

    Esta dinámica de aislamiento y contacto ha sido una constante en la historia de la Amazonía desde 1542 en adelante, recreando y reorganizando a las sociedades nativas durante siglos. En ese sentido, modos de subsistencia como la caza y la recolección, o formas de organización política menos com- plejas no deben ser vistos como grados inferiores en una escala de progreso, sino como el resultado -al menos parcial- de decisiones consientes, tomadas por los propios pueblos indígenas durante periodos de extensa convulsión social. El último de estos episodios de gran escala -coincidentemente el de mayor intensidad y alcance- fue la incursión cauchera entre las décadas de 1870 y 1910, cuyas consecuencias han reconfigurado la Amazonía hasta la actualidad, y es la causa más directa de la existencia de pueblos en situación de aislamiento en zonas de difícil acceso de Huánuco, Loreto, Madre de Dios y Ucayali.

    De hecho, el principio del no contacto que el Estado peruano aplica con relación a estos pueblos está basado en un razonamiento similar al anteceden- te: se presupone que sus modos de vida y su negativa a establecer relaciones continuadas con la sociedad peruana es un ejercicio de autodeterminación.



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    narrativa nacional sobre el antiguo Perú.


    En otras palabras, una decisión racional, producto de condiciones históricas específicas. Por ello, es un grave error denominar a estas poblaciones como “no contactadas”, lo que presupone una condición prístina e inmaculada, o su ausencia de contacto con el mundo (Shepard, 2016). Este término solo reproduce la caracterización de las sociedades nativas en función negativa a Occidente o las naciones con sistemas políticos complejos: sociedades primitivas que no fueron capaces de transitar al sedentarismo y el progreso.

    Como argumentó Eric Wolf de manera influyente, las formas de vida actuales de los pueblos indígenas no constituyen vestigios de un pasado “primitivo”; sino más bien, son el resultado de siglos de transformaciones, así como del contacto directo e indirecto con diferentes versiones de Occidente (Wolf, 1982). Asimismo, es importante resaltar que las sociedades de menor escala y complejidad social no son solo el resultado de una historia multilineal (es decir, la posibilidad de transformación de unidades de mayor tamaño en unidades menores), sino también del mantenimiento de instituciones que buscan o buscaban prevenir la estratificación de la sociedad (Wiessner, 2002).

    Este tipo de prácticas han sido ampliamente documentadas en la lite- ratura antropológica (Suzman, 2017) y se encuentra presentes en múltiples pueblos indígenas de la Amazonía (Clastres, 1974). Por ejemplo, de acuerdo con Sueyo y Sueyo (2018), la sociedad arakbut -de manera previa al rela- cionamiento con los dominicos en la década de 1950- carecía de jefes salvo durante periodos de guerra, cuando sobre una persona recaían las funciones de coordinación de las diferentes malocas; y los cazadores debían poner a disposición del grupo los animales cazados y mostrar humildad a pesar de ser los miembros más apreciados del grupo. De hecho, los cazadores no podían comer sus propias presas bajo la creencia de que inevitablemente les causaría daño. En tal sentido, existían instituciones que de manera directa buscaban prevenir la acumulación y el surgimiento de liderazgos.5



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  4. La causa del tránsito de sociedades de pequeña escala e igualitaristas a sociedades complejas y estratificadas constituye un largo debate. En los tres siglos anteriores (XVIII-XX), la visión predominante asumía que el cambio era un producto evolutivo, específicamente el desarrollo de mayores capacidades cognitivas por parte las sociedades más avanzadas (Das y Lowe, 2018), lo que carece de todo fundamento. Otra interpretación largamente difundida era que las sociedades de cazadores y recolectores contaban con recursos que solo les permitía sobrevivir, lo que impedía la acumulación de riqueza y el desarrollo de complejidad, una interpretación descartada por la amplia evidencia acumulada en contra desde la década de 1970 en adelante (Sahlins, 1972; Clastres, 1974; Arnold et al., 2015; Graeber, y Wengrow, 2021). En la actualidad, un conjunto de literatura antropológica ha encontrado diferentes


La experiencia humana en la Amazonía muestra que la historia no es monolítica ni unidireccional, sino dinámica y multilineal (Roosevelt, 2013; Arnold et al., 2015; Scott, 2017; Graeber, y Wengrow, 2021). Como lo han dicho de manera esquemática Arnold y sus colaboradores “no resulta pro- ductivo afirmar ‘en el comienzo, emergió la forma política X, seguida de la forma Y y, eventualmente, de la forma Z’. En su lugar, es más preciso decir ‘X, Y y Z existen o han existido como formas políticas y han trasmutado entre ellas, y sido parte de un ciclo social.’” (Arnold et al., 2015: 18)

La Amazonía y el Antropoceno

La ausencia de agricultura a gran escala en la región amazónica res- pondería a su limitada utilidad en un territorio donde había formas más eficientes de garantizar los recursos. En ese sentido, la caza y, principalmente, la recolección, no deben ser entendidos como procesos pasivos, sino como una actividad basada en la producción sostenible de los recursos del bosque

domesticado (Neves y Heckenberger, 2019). Este acercamiento al mundo

natural contrasta radicalmente con la visión occidental de los bosques tropi- cales, cuya “subordinación productiva” (Arnold, 2000: 7) fue un componente central del interés que despertaran en el Norte Global. Tierras de grandes riquezas que aguaban por ser explotadas (y que los fueron en gran medida). En el Perú, las élites imaginaron la selva como la “gran despensa de la Nación” (una idea originada por Humboldt) o “una tierra sin hombres para hombres sin tierra” (Belaúnde, 1959: 105).

Sin embargo, en las últimas décadas ha sido acumulada una amplia evidencia de que la explotación de los recursos maderables del bosque o, peor aún, su transformación en tierras de (mono)cultivo o ganadería, carecen de sentido. Actividades productivas que generan ganancias económicas en el corto o mediano plazo pero que afectan la funcionalidad de los bosques tienen como consecuencia la pérdida de servicios ecosistémicos de carácter global necesarios para nuestra sobrevivencia como especie. Incluso desde una mirada meramente económica, los costos generados en el largo plazo por este tipo de acciones, cuyas consecuencias han empezado a hacerse tan-


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factores, desde ecológicos hasta meramente políticos, que explicarían la emergencia de complejidad en distintos contextos o, puesto de otra manera, la transformación de instituciones sociales igualitaristas en instituciones políticas estratificadas (Arnold et al., 2015; Graeber, y Wengrow, 2021).


gibles, exceden largamente sus beneficios. Los grandes bosques del planeta

-los boreales de Eurasia y Norteamérica, y los tropicales del Congo, Nueva Guinea y la Amazonía- son centrales para regular la temperatura y el ciclo hídrico global, así como para la producción de oxígeno y la vida de cientos de miles de especies (Reid y Lovejoy, 2022).

Sin embargo, a pesar de su importancia, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (2022), proyecta que el aumento de la temperatura global, sumado a otras actividades antropogénicas, tendrán como probable resultado la pérdida o degradación de una buena parte de los ecosistemas boscosos. Los bosques tropicales, como la Amazonía, serán propensos a ciclos estacionales más pronunciados, con episodios más frecuentes de inundación y sequía, lo que aumenta la pro- babilidad de incendios durante la temporada seca. De acuerdo con Gomes et al. (2019), a principios de la década pasada, el bioma amazónico había perdido alrededor del 11% de su cobertura forestal, principalmente debido a la deforestación. Sin embargo, en las décadas siguientes, el cambio climático podría convertirse en el principal agente de pérdida de bosque. Esto genera un ciclo que realimenta la catástrofe climática: carbono acumulado durante miles de años es liberado a la atmósfera, lo que a su vez aumenta las tempe- raturas globales y hace insostenible la continuidad de los bosques tropicales.

Durante las últimas dos décadas, el concepto de Antropoceno ha sido utilizado por diferentes disciplinas para abordar el carácter decisivo de la acción humana en los ecosistemas. En términos geológicos, ha sido propuesto como una época sucesiva al holoceno, caracterizada por el cambio drástico en el clima global producido por la industrialización, la eclosión poblacio- nal y la liberación de isótopos radioactivos. Sin embargo, como lo indican Toivanen et al. (2017) una conceptualización más amplia se ha difundido en otras ciencias, tanto naturales como sociales, para describir un conjunto amplio de transformaciones antropogénicas. En este marco, diversos autores han hecho notar que los efectos ecológicos de la interacción entre humanos y naturaleza muestran resultados divergentes a lo largo de historia (Toivanen et al., 2017: 9). Por ejemplo, James Scott (2017) propone distinguir entre una noción “gruesa” y otra “delgada” del Antropoceno: la primera respondería a los dramáticos cambios generados al menos desde mediados del siglo XVIII debido a la industrialización, mientras que la segunda a las modificaciones llevadas a cabo por los humanos al menos a partir del pleistoceno tardío.


En ese sentido, la Amazonía es un caso que ilustra ambas versiones del Antropoceno (gruesa y delgada) y diversas interacciones posibles entre los humanos y el mundo natural, desde el manejo forestal de las sociedades tradicionales hasta la variedad de incursiones de diferente índole que, en la actualidad, amenazan su supervivencia. Lejos del “impulso civilizador” del Norte Global, que caracterizó su vinculación con los trópicos en los dos últimos siglos, la crisis climática requiere repensar nuestra relación con la naturaleza y modos de gobernanza que aseguren su continuidad. Asimismo, requiere de reconocimiento y justicia, garantizando derechos a los descen- dientes de las poblaciones que durante siglos transformaron la composición de los bosques sin poner en riesgo su reproducción y funcionalidad ecológica.


Conclusiones

Desde finales del siglo XVIII, los trópicos fueron representados como espacios de “naturaleza total”. En concordancia con el espíritu del imperia- lismo europeo tardío y su afán clasificatorio, esta imagen agrupa un conjunto de ecosistemas diversos y busca presentarlos como una unidad con limitada divergencia interna: selvas vírgenes y ubérrimas pobladas por animales salvajes y humanos primitivos. La Amazonía fue parte central de la construcción de este imaginario.

Si bien estas narrativas han perdido vigencia en décadas recientes, di- ferentes versiones o elementos de estas permanecen en el debate público, a pesar de ser empíricamente incorrectas. Por una parte, los pueblos indígenas no constituyen vestigios de la era precolombina, menos aún, de un pasado “primitivo”. Son, más bien, sociedades contemporáneas que han conservado instituciones específicas de los grupos que habitaron la Amazonía antes de la colonización, y cuyos modos de organización han sido moldeados por diferentes procesos históricos. Asimismo, la ausencia de reinos centraliza- dos en la antigua Amazonía, a pesar del desarrollo de sociedades ribereñas durante un periodo de aproximadamente mil años (entre 500 años antes de la era común y la conquista española), pone en cuestión el pensamiento linear del desarrollo de las sociedades humanas. Autores como Scott (2017) y Graeber, y Wengrow (2021) han sintetizado evidencia a nivel global que cuestiona esta narrativa.

Finalmente, es un error concebir la Amazonía como una tierra prístina. Como en casi todos los ecosistemas terrestres, la presencia humana -por


acción del fuego, la caza de animales o prácticas de manejo forestal- transfor- mó el paisaje amazónico. Sus bosques fueron domesticados por la acción de las antiguas sociedades, quienes desarrollaron patrones de aprovechamiento que modificaron sus estructuras. Muchas de estas prácticas han sido conser- vadas por los pueblos indígenas contemporáneos, e involucran una ontología particular con respecto a la naturaleza y el papel de los humanos en ella. Las nociones sobre los trópicos desarrolladas por Occidente en los albores del grueso Antropoceno fueron parte de un proceso global de explotación de los ecosistemas que, junto a otros factores, ha derivado en la actual crisis climática. Para escapar de sus efectos más nocivos es necesario identificar sus legados y actuar para conservar los grandes bosques y la enorme diversidad biológica y cultural que albergan.


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